Volvi!!! perdón pero como gatito blogger y mi vida de bacán gatuno no pude escribir algunas entradas que serán actualizadas .
Soy Silvestre Ramón, el forajido de Chacarita, el gato más bello del mundo, cuando mamu no se enoja y me quiere convertir en pantufla gatuna de terciopelo.
Una de mis tías escritoras se llama María Border. Ella escribió muchos libros, el último se llama "Siete motivos para no quererte" por Random House .
Un día, cuando yo era un cachorro mas bebé, admiró mi destreza para hacer finitas y pasar entre la valiosa tetera herencia de la abuela Cuca y unos veladores. Desde ese día es una de mis chicas.
La tía María a veces se enoja o se lleva mal con sus portagonistas de novela. Hay uno especialmente que se llama Franco Salerno. Ella le resulta INSOPORTABLE. Pero su karma es que todas sus lectoras lo aman.Lo quieren clonar y repartirlo.
Si no leiste el libro te compartimos el booktrailer
"Como perro y gato. Mia 2"
El doctor Franco Salerno, es el heredero del prestigioso bufete de abogados del Estudio Jurídico Salerno y Asociados. Junto a su amigo y colega Santiago Albarracín, ha disfrutado de la compañía femenina sin involucrarse sentimentalmente.
Cuando su fiel amigo se enamora de la secretaria de ambos y se casa, toma conciencia que su forma de vida ya no le resulta tan agradable.
Adriana Martínez, es la síndica designada en la convocatoria de acreedores de un cliente del estudio Salerno. Una profesional de carrera intachable, una mujer segura, que enfrentará a Franco y su arrogancia, obligándolo a hacer uso de todo su ingenio para mantener la fama de mujeriego.
Ella no lo soporta. Él no le permitirá que lo ignore
Así que le pedí a mamu que inventara una historia con mi tía y este servidor de protagonista. Y ya que estaba y con permiso de la Tía María , escribió una loca historia. Los especialistas en gatos le dirán que un felino no se comporta asi,pero en nuestra imaginación un gato hace de todo. Con ustedes el cuento :
De cómo María fue feliz y el Insoportable resultó arañado, y de cómo Silvestre Ramón es un gato literario.
Había una vez un gato negro, de ojos verdes llamado Silvestre Ramón Alberto Vázquez Plaza. Era un arsitogato, hijo único de una diseñadora de indumentaria, amante de los libros. Era un rey en la Chacarita de los Colegiales. Un galán que enamora.
Cerca del palacio, en otro reino cercano vivía la Tia María Border. Escritora famosa, madre abnegada, reina de su castillo, dueña de historias con las que Silvestre se duerme, porque su mami se las relata.
La tía María pudo organizar el reino, al rey y los príncipes, al fondo, ese lugar mágico, donde tiene todos sus galanes, y partió a conocer a Silvestre.
Los ojitos verdes, las patitas de terciopelo y los “Meaw, meaw”, la enamoraron. Se unieron cómplices a jugar, a reírse de la pobre reina madre que sufre con las travesuras de su hijo gatuno.
— ¡Es hermoso Andre!
— ¡Sí! Pero es muy travieso— dijo la reina madre resignada— Me rompió dos jarrones, herencia de mamá y de mi abuela. No quiere el rascador, quiere usarme como rascador—enumeró.
—Pero él te da amor.
— ¡Sí! Pero a veces lo quiero matar.
María sonrió tranquila, por dentro bullía una idea maravillosa. Ella necesitaba darle una lección a alguien. Alguien conocido, hijo de su pluma literaria, pero que la agotaba más que Silvestre a la reina madre Andrea.
—Andre—dijo de manera dulce y convincente— ¿no me prestas un día a Silvestre? Tengo una amiga que quiere ayudar a su hijo. El nene tiene una tristeza que no se va desde que se murió su gato Orfeo.
La reina madre quedó sorprendida, su veterinaria ya le había advertido que su gato era muy sociable y de buen carácter. A ella el animal le había cambiado la vida, centrando su eje y demostrándole que el amor siempre regresa. Silvestre la había curado. ¿Por qué no ayudar a un nene y a su madre?
Una tarde de otoño, Silvestre partió en su bolso de diseñador, a visitar por unas horas a un nene.
—Silvestre —dijo su tia María—, manejando entre calles atestadas de tráfico porteño—: te cuento a dónde vamos. Hoy te llevo al estudio Salerno. Vas a conocer al insoportable de Franco Salerno, quien tiene un hijo Nahuel, —de reojo miraba al animalito que plácido y atento escuchaba—. Franco te va a cuidar unos días porque su hijo necesita un amigo gatuno. — estacionó sin problemas en un atestado microcentro, comenzaba a creer que era cierto que los gatos negros son mágicos—. Vas a amar a Adriana y a Nahuel, hay una beba ahora. ¡Sos la medicina que falta a esa familia! Sobre todo a uno que yo sé.
Ella se sentó y lo sacó del bolso, lo acarició y le habló al oído:
—Silvestre vos podes hacer de todo con Franco Salerno. Podes afilar las uñas, podes jugar como quieras con él. Yo te autorizo, mamu Andrea nunca sabrá lo que le hiciste, nunca te castigará. Jamás. Ahora dame una patita en alto y sellamos el trato.
“Salerno”, ese nombre me suena, pensaba Silvestre. Su mente gatuna procesó la información que su tia le proporcionaba y reaccionó. A su mami le gusta mucho, pero mucho un señor que se llama Salerno. A Silvestre no le gusta que nadie, nadie, le robe a su mamá. Tampoco un Franco Salerno. Si su tía María lo autorizaba, él se iba a divertir mucho, mucho. Demasiado.
Y chocaron patita y mano. Dos cómplices secretos.
Fue recibido por Rebeca, una eficiente secretaria a la que convirtió en una fan. Franco todavía no llegaba al estudio.
Silvestre era un rey en su casa y adoraba tener la atención de todos. Conoció a un Manuel Salerno, que le gustó mucho, para ser hombre. Lo mismo mantuvo distancia.
El teléfono sonó y escuchó la conversación de Rebeca y Franco:
—Si ya llegó, lo trajo María.
— ¡Esa! La que me reemplaza por ingenieros. No entiende que soy el número uno de sus protagonistas.
— ¡Franco! Adrián Morgado es diferente a vos. ¿Podes pasar a buscar el gato?
—Cielo, llego en dos horas, deja al bicho en mi despacho, yo me arreglo.
—El gatito no está acostumbrado a estar solo Franco, tenés que venir y te lo presentamos. Tenés que establecer vínculos con el minino.
—Rebeca, le estas dando mucha bola a un gato. Déjalo libre y que estire las patas en mi oficina.
La secretaria alzó a Silvestre Ramón Alberto. No pudo impedirse besarlo en su cabeza y hacerle mimos. En ese gato guardaba la esperanza que Nahuel volviera a sonreír y le dijera muñeca, imitando al padre.
Su experiencia e instinto, auguraron problemas. Le pidió perdón al gato por dejarlo en manos de Franco.
—Es un buen tipo cuando lo conoces en el fondo— le confesó.
Silvestre inspeccionó el reino de Franco. Libre y sin vigilancia, saltó por los sillones de cuero afilando y gastando sus uñas. Advirtió una biblioteca alta y con estantes para entretenerse. Saltó sin parar de un estante a otro, arrasando con cuanto libro se interponía en sus triples mortales.
Necesitaba estirar sus piernas y afilar sus uñas. Estableció su circuito: sillones dos rondas, desde uno de ellos saltó hacia el escritorio y lo inspeccionó, algunas cosas caían al suelo. No les dio importancia. Saltó hacia un estante y hacia otro.
Era muy divertido esto y él quería que la tia María lo sacara a pasear por siempre. No olvidaba a las tías que le proporcionaban entretenimiento. Porque mamá si bien era mimos, amor, besos, pero cada tanto le decía que NO. No hagas, no saltes, no muerdas.
No le gustaba esa palabra.
También le gustaba una gata blanca de su vecina, pero mamá dijo: NO.
Escuchó unos pasos, la puerta abrirse y un grito:
— ¿Que pasó acá?— gritaba un hombre alto — ¿Quién hizo esto?
El pobre tipo estaba horrorizado, llamaba a los gritos a todo el mundo. ¡Qué escandaloso! Pensaba Silvestre desde el último estante de la biblioteca, mientras se lamia y limpiaba. Era un fantasma indiferente ante la desesperación del pobre tipo. No pudo evitar la sonrisa malvada que posó en su rostro gatuno.
El hombre mayor entró, giró su cabeza hasta localizarlo. Se reía a carcajadas y palmeaba la espalda. Ágil subió hacia donde estaba y lo tomó por el lomo
—Acá tenés a tu ladrón—miró su chapa identificadora, detuvo los arañazos con una mirada penetrante— Silvestre Ramón, te presento a Franco Salerno, mi hijo.
Unos ojos oscuros se midieron con otros verdes. No se agradaron, desconfiaron el uno del otro. Eran dos soles colisionando.
—Hijo pensá en Nahuel— le recordó Manuel—. Es importante el contacto visual, que el gato es diferente al perro. Él te otorga su interés. No lo quieras someter.
—Gracias ¿Qué hacemos con el desastre que hizo este gato endemoniado? Viejo me hizo percha la oficina.
—La culpa la tenés vos, porque sólo a un irresponsable se le ocurre dejar suelto a un gato que no está en su casa. Silvestre buscó establecer su territorio.
— ¿Se llama Silvestre?
—Silvestre Ramón Alberto.
—Mucho nombre para un pobre gato.
Franco siempre desobedeció a su padre. Esta vez escuchó todas las indicaciones. Con su mano grande alzó al minino y le dejó las cosas en claro:
—Macho, acá el que manda soy yo. Vos venís a casa, jugas con Nahuel y lo convences de que puede volver a sonreír ¿sí? Después te devuelvo con tu mami.
Nunca percibió el zarpazo que le dejó una huella en su rostro afeitado y seductor.
— ¡Chabón! ¿Qué te dije? ¿Quién manda? ¡Vos obedeces gaturro!—Lo sostuvo bajo un brazo y cerró la oficina con llave. Olvidando el bolso para transportar gatos. Los Meaws aumentaron y se escucharon por todo el edificio.
Lo arrojo en el asiento de su auto y al instante lo lamentó. El hijo de puta del gato se aferró al asiento del acompañante donde se tranzaron en una lucha cuerpo a cuerpo por dejar sujeto al animal. Franco pudo observar sus manos arañadas, y su camisa y traje manchado con sangre. El gato estaba endemoniado.
De malhumor emprendió el regreso a casa, Adriana lo llamó y respondió por altavoz.
—¿Cómo está?
—Sigue triste, llegó del colegio y está en su cuarto “durmiendo”. Lo escuche llorar Franco.
Los meaws de protesta continuaban, la bestia peluda y negra aullaba. Era una pantera.
— ¿Qué es ese ruido?
—El gato.
— ¿Qué le hiciste?
— ¿Por qué siempre soy el culpable? El gato es un demonio negro.
—Tráelo, porque María dijo que es la solución.
Franco llegó a su casa con dos fotos multas a cuesta por pelearse con Silvestre en el camino. Cuando entró a su casa, Adriana estaba con su hija Rocío, su rostro preocupado y triste, le dio valor para enfrentar todo lo que la vida les pusiera en frente. Ellos eran su vida.
Silvestre no pasó desapercibido, Adriana dejó a su hija en el coche, tomó el asunto entre sus manos. Le quitó el gato a su esposo, lo acunó, le habló al oído, lo miró a los ojos y cuando tuvo el consentimiento le acarició el lomo.
El gato se tranquilizó.
—Sos como un guerrero herido— le dijo reparando en las heridas — ¿Qué el hiciste al gato?
— ¡Pero yo al gato no le hice nada! él me arañó.
—Algo le habrás hecho porque mirá como se queda conmigo.
Silvestre lo miró de reojo. Y anotó mentalmente: gatito: uno – el insoportable: cero.
Se sometió a las caricias de Adriana. Lo llevaron por un pasillo a un cuarto. Un niño estaba tirado en su cama.
Prestó atención, su instinto lo llamaba a actuar. El insoportable y Adriana (que estaba re-buena), hablaron con su hijo. Lo conmovió tanto cariño. Ellos eran como su mamá con él. Sentía la tristeza rondar y no le gustaba. Se escapó de los brazos de Adriana y saltó hacia donde estaba Nahuel. Buscó acompañarlo, se ubicó a su lado ronroneando.
—No quiero otro gato, ya les dije que no quiero otro gato.
—Nahuel este gato no es tuyo—le dijo Franco—. Una amiga nos pidió que lo cuidemos. Vos sabes que a los amigos los ayudamos siempre.
—Está solo el gatito, mirá se acomodó con vos porque también está triste. — dijo Adriana acariciando su cabello.
— ¿No jugas con Silvestre mientras con mami hacemos la cena?
Nahuel giró su rostro y contemplo al gato, la piel negra le brillaba, los ojos se encontraron y las almas se encontraron.
Franco y Adriana se retiraron lentamente, dejaron que se hicieran amigos y se conocieran. Un peso se fue aliviando en los angustiados padres. Se quedaron callados escuchando el milagro. Su hijo charlaba y jugaba con el gato. Sobre esos maravillosos milagros no se hacen reclamos, ni se dudan, se disfrutan.
Ella lo tomó de las manos heridas por las uñas del gato .y las besó con adoración.
—De todas las cosas que pudiste hacer por nosotros, conseguir a Silvestre para sanar la tristeza de tu hijo es algo heroico. Vení te voy a curar esas heridas. Yo no sé qué le hiciste al pobre gatito
Franco besó a su esposa con pasión, a la noche le indicaría la medicina que necesitaba. Ahora prepararían pizzas, y serian felices.
Nahuel hizo buenas migas con Silvestre, jugaron hasta cansarse, reclamaron su comida, y durmieron juntos. Eran dos guerreros vencidos.
Franco nunca sintió al intruso subir con sigilo a su cama. Silvestre buscó el calor de Adriana, caminó paso a paso y se ubicó entre los dos esposos. Cuando el insoportable giró y buscó abrazar a su mujer, un cuerpo peludo y un dolor se apoderó de su brazo. Lo habían mordido.
Gritó y se incorporó rápido despertando a su esposa que divertida con el intruso lo aceptó gustosa.
—Vos dormí tranquilo que Silvestre por hoy duerme acá conmigo.
—No.
—Le debo que nuestro hijo hoy no esté en la cama triste.
Observó que el gato se enroscó junto a su esposa. Por las dudas él la abrazó y la sostuvo besando su cabeza
—No sé qué le hiciste a Silvestre, es tan tierno.
“Tierno es el demonio hecho gato “pensó
Los días pasaron y Silvestre y Nahuel fueron cómplices de travesuras, amigos del alma, medicina reparadora. Su mama lo reclamó. La hora de la despedida se acercaba.
Ese domingo jugaban River y Boca. Frente a la tele con su camiseta puesta Franco gritaba los goles del millonario. Silvestre se acomodó a su lado mirando con interés el desarrollo del partido. Gol va, puteada viene, ambos claudicaron en un abrazo de compinches. River había vencido.
— ¡Yo sabía que eras un buen gato!
—Meaw —afirmaba Silvestre.
— ¡Gracias macho! No sabes lo feliz que hiciste a Nahuel.
—Meaw, meeeaaawww —respondía.
—Te debo una ¿hay algo en lo que te pueda ayudar?
—Meaw — confiaba
—Contale a Franco pibe.
Franco y Silvestre hicieron buenas migas. El abogado le propuso ayudarlo con la gatita vecina. Él se encargaba de distraer a su madre.
— ¡No me falles con la gaturra!
—Ahora —dijo en voz baja—tengo un favor que pedirte le confió. Hay un ingeniero que necesito que te encargues, saco de su bolsillo una foto. Míralo bien gaturro, el muchacho se llama Adrián Morgado y es ingeniero.
Dos miradas felinas asintieron cómplices.
—Adrián te quiere quitar a tu mamá
—Meawww
Y ese fue el comienzo de una bonita amistad…aunque a María le pese
Dedicado a María Border , una chica Silvestre .
Besos Y se viene mas columnas ...
Fiona